humberto rey v

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Amor, AMOR ;Amore

Quizás lo único que nos pueda salvar en siglos venideros como especie Humana sea vivir con autenticidad y  tolerancia  esta palabra  AMOR tan tratada y  maltratada por todos.
La historia del amor se remonta a esos tiempos en que dejamos de ser la especie cambiante por evolución natural para empezar a estar influenciados por la cultura. En la prehistoria esto ocurrió hace unos 40000 años, por lo menos, cuando aparecieron las primeras manifestaciones artísticas en cuevas habitaciones de cromañones.
 Si uno mira en  un  diccionario la definición del Amor, the Love, y  L´amore  en nuestros occidentales idiomas,  es  esa  emoción que nos hace gustar, ligar  y ponerle atención a personas, ideas  y cosas.
Algo de lo cual podemos estar seguros es que en el momento en el cual aparecieron los primeros rasgos culturales apareció el amor en sus diferentes modalidades porque  es el motor del libre albedrio cualidad indispensable para definir el humanismo que nos diferencia, al menos en su calidad, de lo que sienten y valoran  las otras especies animales cercanas a nuestros genomas y biologías.
El amor de personas puede ser entre parejas, entre padres e hijos entre familiares y entre amigos y conocidos o a veces ocurre en ambientes desconocidos en una forma súbita.
Pero hay  amor por el conocimiento, amor por las ideas, por las artes y la música, por la ciencia, por el poder, la política  y un  amor místico religioso con enamoramientos de Dios como tratan de sentirlo las monjitas y los sufíes junto con los anacoretas en el desierto o en la soledad de sus celdas conventuales.
Todo amor sincero y respetuoso de los otros contribuye a crear un enriquecimiento cultural humanístico. Tenemos que defenderlo contra las intolerancias y los dogmas  para gozar de una sociabilidad y de buenas relaciones humanas.
 Este amor  ideal sería posible en una democracia que piense y deje pensar y que al hacerlo visualice las diferentes ideologías y creencias que siempre  son diferentes y variables  entre humanos.
Los seres con conciencia y mente  nos enamoramos de fenómenos naturales como las tempestades, las cataratas torrentosas, y las inmensidades ambientales llenas de preguntas sin respuesta como son los desiertos y los mares.
También  amamos lo que es capaz de fabricar el ingenio del hombre como los libros viejos llenos de filigranas, o los puentes fastuosos que han  unido sitios que parecían haberse separado para nunca jamás.
Hasta que Darwin lo expresó, se creía que estas emociones placenteras y aprobadoras ocurrían  solo en nuestra especie.
Pero los mamíferos y primates  dan muestras amorosas similares.
 A veces con la propaganda que se le hace al amor romántico y de pareja por los diferentes medios audiovisuales tendemos a creer que este es el que mejor define este vocablo.
Necesitamos amar para aprender y la inteligencia emocional nos obliga a gustar y degustar lo que deseamos para transformarlo  en creencias y volverlo  aceptable  en nuestras mentes y conciencias.
Si alguien se propusiera elaborar una escala hierarquica del amor por las personas el primer puesto se lo disputarían el amor maternal y el amor de pareja, ambos  relacionados con la obligatoriedad de reproducirnos  que a veces parece ser tan  fuerte como el afán de sobrevivir en el largo camino acaracolado que rige  la evolución y selección natural de las especies vivas.
Es innegable que con pocas excepciones el amor a las madres y de las madres por sus hijos prima en el mundo afectivo y compite por la supremacía con el amor de pareja indispensable para procrear.   La ciencia logró las inseminaciones artificiales, hace siglos  en animales y  en el siglo XX en los humanos.
Hace poco se pudo ver, mediante técnicas de resonancia magnética funcional,  que las regiones del sistema nervioso que manejan el amor romántico o de pareja y el enamoramiento coinciden en gran proporción en los núcleos amigdalinos y estriados de nuestro cerebro.
 El amor filial, maternal y paternal ligado a la reproducción y crianza tiene muchos ejemplos de su fuerza vital y puede tener que ver con la necesidad de establecer valores éticos que permita la tolerancia entre las especies vivas.
 En los animales algunas veces se  llega hasta el sacrificio de la propia vida, por defender las crías. Se requiere una dosis de lo que se denomina altruismo.
En los humanos unos  lazos amorosos  fuertes se establecen con más frecuencia entre los familiares que comparten genes que entre amigos y conocidos con los cuales no compartimos la herencia biológica.
Roberto Dunbar un  científico  investigador en los vericuetos y meandros amorosos tiene unos números que vale la pena mencionar en los aspectos personales del amor.
Él dice que cada una de las personas tiene un promedio bastante rígido,  cinco relativos  íntimos con los que se  comparte un gran porcentaje de  vivencias e ideas. De ellos tres por lo general son familiares y los otros son amigos sin relación genética con uno, pero afines en ideas, ambientes y sitios de recreacion.
Hay   quince personas (+ - ) con las que vivimos un 70% de nuestras experiencias vitales. Pueden ser  familiares o amigos. Son  personas compatibles con nosotros por herencia, por ideas, por ambientes y  creencias.
Hasta aquí se pueden llamar allegados nuestros. Con ellos nos vemos con frecuencia.
 La mayor parte de programaciones vivenciales se hacen con dicho grupo.
Un tercer plano de encuentro lo conforman los amigos de ocasiones  y la familia lejana  que algunos denominan  parentela.
 Este grupo sumaria  unas cuarenta a cincuenta personas.
El grupo humano con el cual nos relacionamos en forma esporádica es el de los conocidos, colegas y aquellos que tienen nuestras tendencias en las formas de vivir como los que tienen los mismos gustos nuestros en el comer, en las recreaciones y en la forma de ver la vida y su filosofía.
La suma de  estas personas con las que interactuamos se aproxima a (150) Es el número que se llama # de Dumbar y son las gentes con las cuales convivimos por encima de un 90% de nuestro tiempo y que en una u otra forma nos mantienen anclados emocionalmente.
El restante 10% de gentes con las que interactuamos son los otros, los desconocidos que eran irrespetados e ignorados por los clanes, tribus y familias hasta que la democracia nos ha enseñado las múltiples obligaciones que tenemos con ellos si no queremos que nuestras comunidades se compliquen y aparezcan formas de violencia.
En este número afectivo vital, aceptado por la ciencia que investiga el amor y los valores humanos, caben hombres mujeres y niños.
Algunos de los personajes que viven con nosotros pueden ser muertos que han influenciado en gran forma nuestra forma de ser ante la vida.
 Nuestros padres amados  hacen parte del número  de  Dunbar.
Las personas  que viven cerca de nuestro hogar y residencia están con más frecuencia ocupando los primeros lugares de nuestras preferencias emocionales. Los familiares y amigos muy queridos en un determinado periodo de nuestra vida se alejan de los primeros sitios en la escala a medida que pasa el tiempo y no es raro ver en este número de Dunbar variaciones de sitio tanto en la familia como en los amigos
Las ideologías, creencias y gustos  definen nuestras prioridades emocionales y esta es una de las razones por las que cualquier reunión ritual refuerza las ligazones afectivas como bien lo saben las instituciones religiosas que tienen entre sus mandatos asistir con periodicidad a sinagogas, mezquitas e iglesias tal cual sucede con la misa dominical en el catolicismo, o con los cultos del viernes en los musulmanes.
Los rituales y ceremonias acentúan la unión de las personas y por eso tienen prelación en el manejo de todo tipo de creencias.
No se puede hablar del amor sin que dejemos unos párrafos para mencionar la amistad. Es una forma amorosa generosa de ligarse emocionalmente  en donde las identificaciones por creencias e ideologías establecen los lazos de unión. El altruismo predomina sobre el egoísmo amoroso cuando de amistad se habla aunque es bueno dejar claro que en toda ligazón egoísmo y altruismo se fusionan en diferentes proporciones.
Sternberg, un estudioso investigador del amor, en 1997 propulsó  una escala amorosa triangular  para clasificar el amor de pareja según la cantidad de:
1)    Intimidad que se desee
2)    Compromiso que se busca
3)    Pasión que se logra
Si la intimidad es poca, el compromiso escaso y la pasión reducida = no hay amor
Si la pasión es fuerte, el compromiso mucho y la intimidad abunda =  el amor verdadero.
Entre estos extremos estarían el amor fatuo,  el vacío, el infatuado, el gustarse mutuamente, el amor romántico y el amor compasivo.
Aunque dicha escala se ve de tipo reduccionista no hay duda de que sería de gran utilidad en los tribunales de divorcios y es posible que sea útil para nuestros adolescentes conocerla y aplicarla  en sus clases de educación sexual.
 El amor en sus diferentes concepciones es uno de los motores claves en  la vida humana. Lo testifican  las artes que siempre lo han considerado como una fuente de inspiración, los códigos que lo legislan y controlan, las guerras que se han producido por su causa, las risas de los miles de niños que hoy viven gracias a los amores de papa y mama.
Lo testifican los 7000 billones de humanos que vivimos en este momento y los 107 billones de muertos que nos precedieron en este bello relámpago existencial  que  permite pensar y soñar mientras amamos.

Cuando falta el amor la vida se obscurece como una caverna y desde esas simas se pierde la motivación, la creatividad y la esperanza la compasión y el humanismo


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. No vi ningun comentario y yo no eliminé nada porque es un hermano a quien quiero

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