Quizás lo
único que nos pueda salvar en siglos venideros como especie Humana sea vivir
con autenticidad y tolerancia esta palabra AMOR tan tratada y maltratada por todos.
La historia
del amor se remonta a esos tiempos en que dejamos de ser la especie cambiante
por evolución natural para empezar a estar influenciados por la cultura. En la
prehistoria esto ocurrió hace unos 40000 años, por lo menos, cuando aparecieron
las primeras manifestaciones artísticas en cuevas habitaciones de cromañones.
Si uno mira en un diccionario la definición del Amor, the Love,
y L´amore en nuestros occidentales idiomas, es esa emoción que nos hace gustar, ligar y ponerle atención a personas, ideas y cosas.
Algo de lo
cual podemos estar seguros es que en el momento en el cual aparecieron los
primeros rasgos culturales apareció el amor en sus diferentes modalidades
porque es el motor del libre albedrio
cualidad indispensable para definir el humanismo que nos diferencia, al menos
en su calidad, de lo que sienten y valoran las otras especies animales cercanas a
nuestros genomas y biologías.
El amor de
personas puede ser entre parejas, entre padres e hijos entre familiares y entre
amigos y conocidos o a veces ocurre en ambientes desconocidos en una forma súbita.
Pero hay amor por el conocimiento, amor por las ideas,
por las artes y la música, por la ciencia, por el poder, la política y un
amor místico religioso con enamoramientos de Dios como tratan de
sentirlo las monjitas y los sufíes junto con los anacoretas en el desierto o en
la soledad de sus celdas conventuales.
Todo amor
sincero y respetuoso de los otros contribuye a crear un enriquecimiento
cultural humanístico. Tenemos que defenderlo contra las intolerancias y los
dogmas para gozar de una sociabilidad y
de buenas relaciones humanas.
Este amor ideal sería posible en una democracia que
piense y deje pensar y que al hacerlo visualice las diferentes ideologías y
creencias que siempre son diferentes y
variables entre humanos.
Los seres
con conciencia y mente nos enamoramos de
fenómenos naturales como las tempestades, las cataratas torrentosas, y las
inmensidades ambientales llenas de preguntas sin respuesta como son los
desiertos y los mares.
También amamos lo que es capaz de fabricar el ingenio
del hombre como los libros viejos llenos de filigranas, o los puentes fastuosos
que han unido sitios que parecían
haberse separado para nunca jamás.
Hasta que
Darwin lo expresó, se creía que estas emociones placenteras y aprobadoras
ocurrían solo en nuestra especie.
Pero los mamíferos
y primates dan muestras amorosas
similares.
A veces con la propaganda que se le hace al
amor romántico y de pareja por los diferentes medios audiovisuales tendemos a
creer que este es el que mejor define este vocablo.
Necesitamos
amar para aprender y la inteligencia emocional nos obliga a gustar y degustar
lo que deseamos para transformarlo en creencias
y volverlo aceptable en nuestras mentes y conciencias.
Si alguien
se propusiera elaborar una escala hierarquica del amor por las personas el
primer puesto se lo disputarían el amor maternal y el amor de pareja,
ambos relacionados con la obligatoriedad
de reproducirnos que a veces parece ser
tan fuerte como el afán de sobrevivir en
el largo camino acaracolado que rige la
evolución y selección natural de las especies vivas.
Es innegable
que con pocas excepciones el amor a las madres y de las madres por sus hijos
prima en el mundo afectivo y compite por la supremacía con el amor de pareja indispensable
para procrear. La ciencia logró las inseminaciones
artificiales, hace siglos en animales y en el siglo XX en los humanos.
Hace poco se
pudo ver, mediante técnicas de resonancia magnética funcional, que las regiones del sistema nervioso que
manejan el amor romántico o de pareja y el enamoramiento coinciden en gran
proporción en los núcleos amigdalinos y estriados de nuestro cerebro.
El amor filial, maternal y paternal ligado a
la reproducción y crianza tiene muchos ejemplos de su fuerza vital y puede
tener que ver con la necesidad de establecer valores éticos que permita la
tolerancia entre las especies vivas.
En los animales algunas veces se llega hasta el sacrificio de la propia vida,
por defender las crías. Se requiere una dosis de lo que se denomina altruismo.
En los
humanos unos lazos amorosos fuertes se establecen con más frecuencia
entre los familiares que comparten genes que entre amigos y conocidos con los
cuales no compartimos la herencia biológica.
Roberto
Dunbar un científico investigador en los vericuetos y meandros
amorosos tiene unos números que vale la pena mencionar en los aspectos
personales del amor.
Él dice que
cada una de las personas tiene un promedio bastante rígido, cinco relativos íntimos con los que se comparte un gran porcentaje de vivencias e ideas. De ellos tres por lo
general son familiares y los otros son amigos sin relación genética con uno,
pero afines en ideas, ambientes y sitios de recreacion.
Hay quince
personas (+ - ) con las que vivimos un 70% de nuestras experiencias vitales. Pueden
ser familiares o amigos. Son personas compatibles con nosotros por
herencia, por ideas, por ambientes y creencias.
Hasta aquí
se pueden llamar allegados nuestros. Con ellos nos vemos con frecuencia.
La mayor parte de programaciones vivenciales
se hacen con dicho grupo.
Un tercer
plano de encuentro lo conforman los amigos de ocasiones y la familia lejana que algunos denominan parentela.
Este grupo sumaria unas cuarenta a cincuenta personas.
El grupo humano
con el cual nos relacionamos en forma esporádica es el de los conocidos,
colegas y aquellos que tienen nuestras tendencias en las formas de vivir como
los que tienen los mismos gustos nuestros en el comer, en las recreaciones y en
la forma de ver la vida y su filosofía.
La suma de estas personas con las que interactuamos se
aproxima a (150) Es el número que se llama # de Dumbar y son las gentes con las
cuales convivimos por encima de un 90% de nuestro tiempo y que en una u otra
forma nos mantienen anclados emocionalmente.
El restante
10% de gentes con las que interactuamos son los otros, los desconocidos que
eran irrespetados e ignorados por los clanes, tribus y familias hasta que la
democracia nos ha enseñado las múltiples obligaciones que tenemos con ellos si
no queremos que nuestras comunidades se compliquen y aparezcan formas de
violencia.
En este
número afectivo vital, aceptado por la ciencia que investiga el amor y los
valores humanos, caben hombres mujeres y niños.
Algunos de
los personajes que viven con nosotros pueden ser muertos que han influenciado
en gran forma nuestra forma de ser ante la vida.
Nuestros padres amados hacen parte del número de Dunbar.
Las
personas que viven cerca de nuestro
hogar y residencia están con más frecuencia ocupando los primeros lugares de
nuestras preferencias emocionales. Los familiares y amigos muy queridos en un
determinado periodo de nuestra vida se alejan de los primeros sitios en la escala
a medida que pasa el tiempo y no es raro ver en este número de Dunbar
variaciones de sitio tanto en la familia como en los amigos
Las
ideologías, creencias y gustos definen
nuestras prioridades emocionales y esta es una de las razones por las que
cualquier reunión ritual refuerza las ligazones afectivas como bien lo saben
las instituciones religiosas que tienen entre sus mandatos asistir con
periodicidad a sinagogas, mezquitas e iglesias tal cual sucede con la misa
dominical en el catolicismo, o con los cultos del viernes en los musulmanes.
Los rituales
y ceremonias acentúan la unión de las personas y por eso tienen prelación en el
manejo de todo tipo de creencias.
No se puede
hablar del amor sin que dejemos unos párrafos para mencionar la amistad. Es una
forma amorosa generosa de ligarse emocionalmente en donde las identificaciones por creencias e
ideologías establecen los lazos de unión. El altruismo predomina sobre el
egoísmo amoroso cuando de amistad se habla aunque es bueno dejar claro que en
toda ligazón egoísmo y altruismo se fusionan en diferentes proporciones.
Sternberg,
un estudioso investigador del amor, en 1997 propulsó una escala amorosa triangular para clasificar el amor de pareja según la
cantidad de:
1) Intimidad que se desee
2) Compromiso que se busca
3) Pasión que se logra
Si la intimidad es poca, el compromiso escaso y la pasión
reducida = no hay amor
Si la pasión es fuerte, el compromiso mucho y la intimidad
abunda = el amor verdadero.
Entre estos extremos estarían el amor fatuo, el vacío, el infatuado, el gustarse
mutuamente, el amor romántico y el amor compasivo.
Aunque dicha escala se ve de tipo reduccionista no hay duda
de que sería de gran utilidad en los tribunales de divorcios y es posible que
sea útil para nuestros adolescentes conocerla y aplicarla en sus clases de educación sexual.
El amor en sus
diferentes concepciones es uno de los motores claves en la vida humana. Lo testifican las artes que siempre lo han considerado como
una fuente de inspiración, los códigos que lo legislan y controlan, las guerras
que se han producido por su causa, las risas de los miles de niños que hoy
viven gracias a los amores de papa y mama.
Lo testifican los 7000 billones de humanos que vivimos en
este momento y los 107 billones de muertos que nos precedieron en este bello
relámpago existencial que permite pensar y soñar mientras amamos.
Cuando falta el amor la vida se obscurece como una caverna y
desde esas simas se pierde la motivación, la creatividad y la esperanza la
compasión y el humanismo
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ResponderEliminarNo vi ningun comentario y yo no eliminé nada porque es un hermano a quien quiero
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