Ya llegó el otoño vivencial. Las cosechas se cogieron y lo
que no fue se esfumó.
Empieza a entrar el frío de lo ignoto, por la piel y el espíritu pero no puedo desarraigar estas preguntas:
¿Cómo aprendí a pensar?
¿Qué proceso fue estratificando y acumulando las ideas y valores humanos que nos caracterizan y definen?
Como decía Heráclito
en su comparación del rio que pasa con el fluir vital cada día soy otra persona diferente si me comparo con la de ayer.
En cada recodo del fluir
vivencial corre un agua diferente que aunque tiene la formula química del agua, a veces arrastra sales minerales de las
orillas, en otras ocasiones lleva ramas que caen de los árboles, o arrastra
pedazos de seres vivientes que fueron pero ya no son y cada una de estas
particularidades imprimen un color y una tonalidad especifica que caracteriza
cada una de las corrientes del humano.
Hay dos fuerzas que nos definen como personas por un lado están las ciencias
naturales incluyendo la biología, química,
física en donde la razón y la ciencia y
tecnología siempre tienen explicaciones
y por el otro lado los valores
humanos, las emociones, el humor, la
ternura son el otro componente de lo humano.
Allí la razón trastabilla al
tratar de someter estas características humanas no científicas a la lógica y a la investigación aunque sean
muchos los avances logrados al tratar de conectar valores humanos con nuestro
sistema nervioso como lo recuerda el premio nobel en medicina 2014 sobre el GPS
incorporado que se ha descubierto para nuestra orientación temporoespacial y la
de otras especies.
Ese vacío en conocimientos, casi total en los animales, se
disminuye a grandes pasos en los humanos pero se puede aseverar que estamos incipientes en razonamiento y lógica.
De ese faltante aparecen mitos,
leyendas, alegorías, teología y filosofías explicatorios de lo ignoto con lo
ignoto que por supuesto se vuelven imposibles para la razón.
Algunos dicen que nunca la conciencia y mente humana llegaran
a conocer la verdad de esas causas
ultimas si es que existen.
No me acuerdo de lo que pensaba en el vientre de mi madre
pero desde siempre guardo un grato recuerdo de ese lugar. Es posible que ese
placer sea un espejismo de esos remotos momentos en que mi mirada se encontró
con la de ella cuando
reía de emoción por estar a mi
lado en mis primeros movimientos en el planeta tierra. Ella alguna vez me contó
que su leche fue mi alimento primordial en los primeros meses y la blancura de
su seno fue con seguridad el primer color amoroso que impresionó mi retina.
Mientras mi ego de aprendiz biológico se adentraba en las acciones
necesarias para sobrevivir durante los
meses de los primeros tres años
de vida enseñándome a comer, dormir,
sentir, evitar el dolor, pedir y llorar, expulsar los rezagos de mi combustión
vital, moverme, sentarme y caminar la conciencia se insinuaba y permanecía
escondida porque carecía de facilidades para expresarse.
De esos tiempos recuerdo las historias, que por dulzura después de pasados esos años, relataron mis padres y familia.
Según ellos y mis recuerdos la primera silaba que dije a los siete meses fue Ma. Después brotó Pa, agua y tetero.
Desde temprano
mezclé las emociones del afecto infantil con las necesidades de crecer y sobrevivir con
la comida y es posible que estas uniones constituyan en forma personal los
primeros vínculos entre la biología evolutiva y la cultura personal.
Hay un periodo de tiempo, entre los dos y los cuatro años,
cuando las frases empezaban a formar sujetos y predicados en donde mi conciencia permaneció obnubilada
y a pesar de que se dan remembranzas
estas son confusas en medio de neblinas
y brumas.
Aparece en mis
recuerdos de ese entonces una linda señora vecina de la casa familiar, que tocaba el piano y me sentaba en una pequeña silla de
niñito a que la oyera para acariciarme y
consentirme luego de que ya no se oían las notas musicales.
Al corroborar mis
apuntes mentales lejanos y compaginarlos
con los de mi madre coincidían.
Esto sugiere que mi apertura desde el interior hacia el ambiente se dio cercano
a los tres años de edad.
La casa familiar lindaba con un parque pequeño en donde
volaban bandadas de palomas. Las leyendas borrosas se iniciaron en la histórica villa del Socorro
santandereano.
Mi GPS mental funcionaba en la conciencia hacia los tres
años. Desde entonces y hasta ahora los
relojes atómicos incorporados en mi sistema nervioso central necesarios
para que funcione una buena orientación utilizaron
mis espacios consecutivos en las aldeas,
pueblos, ciudades y metrópolis donde viví, para dejarme gozar de las
dimensiones temporo espaciales.
Esos años lejanos de
la infancia estuvieron marcados por signos metafísicos que influenciaron las primeras creencias e ideas infantiles y
por supuesto la naciente y virgen lógica siempre revuelta con lo metafisico.
Los bautizos con agua bendita
borraban los pecados originales que habían sido cometidos miles de años
atrás por los primeros hombres.
El año se media por efemérides religiosas que empezaban con
la semana santa en donde se exaltaba al máximo el sentimiento de culpa latente
en la comunidad, que había propiciado situaciones pecaminosas y terminaban en
los días decembrinos donde nacía el niño Dios que al volverse hombre nos había
venido a limpiar los pecados con el sacrificio de su vida humana.
Las narraciones sobre estos temas religiosos en donde se
mezclaban ángeles de la guardia que eran
personales e intransferibles, con demonios
amenazantes que se veían más en las noches obscuras constituían los
inicios sensuales de nuestras
imaginaciones infantiles hacia el reino de la fantasía y de lo invisible
siempre presente en relatos y narraciones
que aguantarían el paso del tiempo y se incrustarían en nuestras
conciencias y cerebros en símbolos casi
indelebles.
De esos primeros años
vienen algunos prejuicios de mi conciencia posterior, como aquel que me
apareció acerca de la maldad de los
judíos porque en los pasos de las
procesiones de semana santa ellos tenían cara de perversos cuando clavaban a
Cristo en la cruz o ese otro de que los castigo corporales limpiaban las faltas
cometidas como lo acreditaban los penitentes que se flagelaban entre sí en la
semana santa para purificarse de los pecados.
Para borrar esas grabaciones de mi disco mental duro en
realidad tuve que hacer grandes esfuerzos en épocas posteriores vitales y a
veces me queda la duda si lo logre del todo.
A esas experiencias conceptuales que navegaban en otros
mundos, cielos e infiernos se unieron los conocimientos adquiridos en la
escuela donde los rudimentos del saber natural empezaron a juntarse con
Pinocho, la bella durmiente, Caperucita Roja y el lobo feroz que ya me habían
imbuido valores humanos en sus relatos.
El mapa de Colombia
con su Bogotá capital lejana, sus océanos, Santander y Bolívar complicaron el
tablero histórico y geográfico donde se
escribían las creencias. La aritmética
elemental introdujo los símbolos.
Se mencionaban a los siete años las ciencias sociales, las
ciencias naturales, la religión, la historia.
Todo se recitaba y memorizaba. Los análisis y dudas no
existieron para nosotros en la escuela primaria y las palmas de aplauso eran para los recitadores que no cuestionaban.
Predominaban en las ideas infantiles las verdades
incuestionables y los dogmas.
La creatividad tendía
a volar hacia las fantasías y hacia lo literario teniendo de trasfondo las
leyendas bíblicas y las fabulas con sus animales con cualidades humanas como el
gato con botas o Rin Rin renacuajo.
Se instalaron en mi neurología dos formas de pensar:
En la primera o
intuitiva casi automática se
entronizaron creencias influenciadas por la tradición familiar, las
ideas religiosas judeocristianas y las practicas comunitarias de diferentes
etapas vitales desde el nacimiento hasta la época actual. En esta intuición ya
estaban marcados mis valores morales y éticos. Su ligazón emocional es tan
fuerte que predominan con frecuencia en mis pensamientos y expresiones aunque
no se puedan comprobar por la racionalidad. Este pensar define lo bueno y lo
malo, es más emocional y ligado a
procesos y hechos no comprobables. Aquí
esta lo sagrado, ignoto, y el
pensamiento místico que hay dentro de mí.
La segunda forma de pensar lenta, elaborada y difícil es
llena de racionalidades, más creativa y deductiva pero tiene menos emociones y
por ello la desprendo con facilidad de
la conciencia a veces por intuiciones y otras por negaciones sin ninguna
lógica, tan solo por conveniencia.
Quizás para ser humanos necesitemos en forma inevitable la
mezcla de ideas racionales y creencias ancestrales.
La verdad es que estas
últimas cada vez ceden mayor terreno a los conocimientos científicos. Pero hay que reconocer que el motor personal
de las investigaciones esta en esa fuerza un poco sagrada que se agazapa entre la ignorancia, la revelación religiosa y la tradición oral y
escrita familiar, grupal y comunitaria.
Entre lo sagrado y la visión mística del universo y la cosmovisión científica no
debe existir una guerra destructiva
porque la una y otra forma de ver las cosas pueden complementarse mientras no
se confundan los dogmas religiosos con
comprobaciones racionales demostrables y mientras no se pretenda poner a un ser
superior personal como asesor en estudios para comprobar verdades en las
ciencias objetivas naturales y biológicas.
Creo que el pensamiento intuitivo rápido facilita la
supervivencia, y la reproducción en el ámbito biológico y la trasmisión de
valores humanos entre los cuales quizás los más importantes sean los éticos y
morales.
La racionalidad de la
corteza prefrontal sin embargo debe poner su sello en todos los casos en que
pueda hacerlo y esta debe ser la conjunción a buscar siempre entre el sentimiento religioso y el científico.
Se podría postular que lo sagrado o desconocido cede
terrenos con el avance de la ciencia y
la tecnología aunque es posible que si desaparecieran todos los misterios y
preguntas en el hombre del futuro quizás perdería su humanismo para volverse un
robot y esto mismo podría ser el final
de la especie humana como tal para conformar un ciberpersona diferente a lo que
ahora nos caracteriza.
Por esta razón la existencia de un ser sobrenatural siempre
permanecerá como posible mientras lo humano sea.
Otra cosa diferente es la persistencia de las religiones y
sus cultos, con sus dioses antropomorfos
con relaciones personales con cada
uno de nosotros. Ellas sí podrían dejar
de existir y de hecho miles de ellas han desaparecido cambiándose por otras a
medida que el conocimiento humano las considera incompatibles con el momento
correspondiente. Piénsese en los animismos o en aquellos tiempos en donde el
sol y la luna o la tierra eran los dioses o en los dioses griegos y romanos o persas que
se trasformaron en Ala, Jesucristo o
Zoroastro.
El afán de incorporar la ciencia, la tecnología y los nuevos
planteamientos cognitivos a las
creencias religiosas es una de las grandes necesidades del mundo moderno y estoy convencido que la
religiosidad sobrevivirá si puede incorporar los nuevos conocimientos
presentes.
La evolución y selección naturales han puesto las primeras
ideas para responder las preguntas inmensas ¿De dónde venimos y hacia dónde
vamos?
¡Que son de mucha importancia en cualquier creencia humana!
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