Cuando se
habla de biología se mueren los animales en medio de la lucha por la vida y la
sobrevivencia. Esas muertes tienen algo de epopeya como las que nos enseñaron
en libros las conquistas de reinos desconocidos o las triunfantes o derrotadas
revoluciones ideológicas humanas.
Pero si la
indeseable, pero siempre acompañante, guadaña existencial revolotea por nuestro
vecindario afectivo con su mirada llena
de enfermedad, disolución, dolor y nada
los sentidos se fruncen y estremecen ante la negada muerte, que todos en una u
otra forma vivimos esquivando, pero que a veces nos toca en forma dolorosa las fibras del afecto,
del cariño y del amor humanos.
Nacemos para
morir sin conocer si hay hados o solo azar en todas esas vivencias que llamamos
existencia llenas de bellezas con sus
tintes de amargura, de placer y solidaridad humana.
Las cartas a
jugar en el juego vital se reparten poco a poco desde el barajar genómico
prenatal amoroso, hasta ese momento en que volvemos a jugar en el reino de la
muerte mezclando los mundos de lo vivencial lleno de movimiento y gracia con el
eterno silencio de los eones que nos han precedido y nos acompañaran en nuestra
infinitud que interrumpe nuestra temporalidad breve pero llena de emociones,
vivencias y detalles.
La vida que
para muchos se reduce a sobrevivir, reproducirse y alimentarse en mi amigo,
vecino y familiar se acrecentó hasta el punto que hoy sentimos, con inmensa
nostalgia, su ausencia.
Las
dimensiones de una persona y su valor
ante los otros la estructuran y conforman la responsabilidad social que se
tenga con lo que nos rodean, como hijos,
padres, familia, ciudadanos, como seres humanos, siempre algo confundidos, que al final construimos nuestra red en donde
aprendemos a reír y a llorar abrazados como hombres sociales y pensantes.
Por eso si
el paso existencial está marcado con la ayuda y prestación de servicios a la
comunidad que nos rodea al final nadie podrá desconocer que se lograron
objetivos que nos dejan marcas indelebles, aunque a veces en nuestra impotencia
humana solo podamos reconocer las excelencias logradas con lágrimas y gemidos
lastimeros.
Las rosas en
las tumbas nos muestran su belleza y nuestra labilidad vital. Los hijos y los
nietos y familia son el testimonio con sus actuaciones y formaciones de que
logramos parte del cometido vivencial al desgranar el generoso árbol fruto de
nuestras semillas con el acontecer cultural necesario para humanizarnos,
llenarnos de amor y dignidad por la existencia y sus responsabilidades
históricas y personales.
Hoy lo digo
con nostalgia y algunas lágrimas que mi
barco navegante errante no hubiera tenido su bamboleo rítmico si no lo hubiera
compartido con este viajero que me lleno de sensibilidades positivas la mente y
la conciencia. Aprendí en sus terrenos a domeñar mis idealismos con sus
prácticas y a conocer que el dinero tiene su valor si se junta con la
responsabilidad comunitaria y profesional.
En su
consulta ortopédica primero estaban el dolor y el buen manejo de los pacientes
y solo después se pensaba en la remuneración por un trabajo. Cuando esta no era
posible el humanista le decía al financiero que callara y en silencio se
repartían sanaciones sin hablar de ganancias.
Sus alumnos
recuerdan que hacia malabares para enseñarles trucos de esos huesos
homínidos tan importantes para evitar
que nuestros esqueletos nos impidan arrastrarnos sin posiciones vitales y sin
estructuras sólidas. Él sabía que los hombres caminamos erguidos con la mirada
al frente y no necesitamos cual gusanos reptar en el camino pero eso solo es
posible con la permanente colaboración y solidaridad humana.
Para comprar
la aceptación social se pueden usar dos caminos el de solo dinero que no necesita de la historia para
hacer sus transacciones y el de la dignidad humana y el respeto a los otros que
necesita de los recuentos que
avalen los acontecimientos y cualidades
personales presentes. Mi amigo escogió
la segundo vía para mostrarse a pesar de
que las cifras monetarias nunca fueron uno de sus problemas y eso se llama
riqueza del espíritu que es más poderosa
que la de las monedas rutilantes.
Su vida ejemplar en muchas acepciones ha sabido
dar frutos generosos para su núcleo familiar íntimo y para la sociedad del
Valle y de Cali. Su profesionalismo deja semillas de humanismo en las
tecnologías quirúrgicas que enseño y ejecutó con facilidad y sensibilidad. Su
descendencia demostrará que sus cosechas
germinaron para embellecer y enriquecer el caudal de la vida cotidiana y sus
emociones.
Pero siento
un chasquido interior de fractura del
ánimo cuando noto que a pesar de todo lo que le digo y quiero el cada vez se
envuelve en sus mantos biológicos de enfermedad
para llevar ese velo sutil ineluctable que hace que mis sentidos no lo
capten.
Todos vamos
hacia la inmovilidad infinita Doctor
Gersa pero mientras vivamos su recuerdo será imperecedero en la memoria y los eucaliptos de sus fincas dispersarán entre sus brisas los aromas
agradables de sus sueños cumplidos y las risas llenas de triunfos de sus
descendientes.